martes, 13 de diciembre de 2011

Adiós



    Me invadió un estremecimiento cuando observé cómo tus huellas se alejaban. Me costó recobrar el aliento unos instantes, pero al cabo de un momento, pensé que un ‘adiós’ no parecía algo tan duro. No sabía que el tiempo se disponía a mostrarme cómo aquello no era, ni mucho menos, nada parecido. No me di cuenta de que la despedida se parecía a un suspiro, pero el ‘adiós’ no era sino un largo camino que habría de recorrer sin remedio. Traté de volver la mirada, pero una puerta se había cerrado estruendosamente detrás de mí y no quedaba más que avanzar por aquel estrecho túnel que se abría ante mí. Di un pequeño paso cargado de una fuerte repulsión, no quería pasar por ahí; todo permanecía oscuro, estaba sola y no sabía hacia dónde me dirigía. Sin querer, empecé a llamarte a gritos; pero tú no me parecías oírme; lloraba, pero mis lágrimas caían, y tú no aparecías. Conforme seguí caminando, mis ojos fueron secándose y mi voz enmudeció. Sentí frío, mucho frío. Pero continué deambulando sedienta, arrastrando mis pasos hacia algún lugar dónde no quería llegar. Mientras, tu rostro se figuraba ante mis ojos cómo un oasis en medio del desierto. Pero mis ojos se nublaban, y noté que tus facciones comenzaban a desdibujarse. Quise agarrarlo con mis débiles manos para no perder de vista aquellos bellos ojos que tanto me iluminaban en medio de aquella oscuridad. Corrí entonces a buscar un pequeño pero hermoso cofre tan precioso como aquel rostro, donde pudiera guardarlo, donde permanecieras para siempre; allí donde el tiempo tendría prohibido el paso. Comencé, de pronto, a tambalearme en aquel sueño despiadado; aquel pequeño cofre se revolvía y dejaba escapar tus recuerdos envueltos en sombras, convertidos en fantasmas que se abalanzaban sobre mí y me golpeaban con fuerza. Apenas me permitían avanzar un paso. Traté de guardarlos de nuevo en aquel cofre y no dejarlos escapar. Pero entonces pesaban; pesaban cada vez más y yo caía una y otra vez sin poder levantarme. Me quedé quieta, agotada, extenuada por tratar de cargar con aquello. Se hizo un largo silencio y me quedé dormida largo tiempo. Cuando al fin desperté, continué caminando rodeada de un espeso silencio. Mi voz sofocada había cesado de llamarte; no conseguía imaginar tu rostro con nitidez. Vacié aquel hermoso cofre con los ojos empañados y, desesperada, grité que no te marcharas, que no te alejaras de mi lado aunque te hubieras convertido en un espectro clavado en mi alma. Sin fuerzas, abandoné aquel cofre apagado y sin brillo y reanudé la senda. Hace un tiempo, me parece vislumbrar pequeños haces de luz que parpadean como atisbando algún final. Es posible que sea en los lindes de este escabroso sendero donde se encuentre el ‘adiós’. No sé si mis llagados pies hallarán gozo alguno cuando al fin cesen de caminar. Lo único que siento ahora es haber recorrido este sendero y que aquella lejana puerta se cerrara tras de mí, pero mucho más, siento que el recuerdo de tu mirada se extinguiera. No lamento, sin embargo, las lágrimas que empañan hoy mi rostro, pues ellas son lo únicas que me devuelven el reflejo de tus ojos. Cuando al fin aquella extraña luz llegue a calentar mis frías pupilas, cuando aquel terrible y cruel ‘adiós’ asedie al fin mis labios, deseo poder encontrar en algún lugar, lo más valioso que guardé en nuestro pequeño cofre; ese amor que me permite desear que, aunque jamás vuelva a ver tu rostro, esté dónde esté, sonría.


4 comentarios:

  1. silfide expresas tan bien tus dolorosos sentimientos que a fuerza dee ahonda en tu propio dolor conseguis transformarlo en una hermosa esperanza. Si sientes como escribes y asi parece serlo , eres un gran persona que merece estar entre los grandes escritores . Bravo por ti.
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  2. Muchas gracias!!me alegro que te transmita esos hondos sentimientos

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  3. Cierto! Tengo este rinconcito muy abandonado! Voy a ponerme manos a la obra :) Muchas gracias por tu comentario, me alegró!

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