domingo, 26 de octubre de 2014

Un amor en el camino



    Caprichoso resulta el destino
cuando se cruza en tu camino
sin dejarte proseguir
por donde urdías que habrías de ir.
    Después de una larga tormenta,
el corazón cansancio siente
y nombra a la silenciosa soledad
su amiga y confidente.
    Mas las palabras interrumpieron aquel triste silencio,
comprobando sorprendida que no eran lamentos
lo que la brisa arrastraba,
sino más bien sentimientos
que, en forma de susurros,
se mecían al viento.
    Puede que necesitara tiempo
de soledad y de lamento,
de no creer más en corazón humano
porque en carcoma y piedra parecían haber mudado.
    Fijaba la mirada en un bello ideal
que un día había creado,
pues nada más alrededor
merecía interés ni cuidado.
    Pero los ojos se desviaron de pronto
al ver tal resplandor brillando.
Lo que antes ninguna atención reclamara,
ahora resplandecía con encanto.
    Las lágrimas aún no habían cesado de brotar,
mas sin darme cuenta, una sonrisa había dibujado,
como las flores que renacen
sin que el invierno aún se haya marchado.
    El tiempo quería dejar pasar,
mas el destino impaciente
no supo brindarme más.
    Algo había que observar,
algo brillaba en la oscuridad,
algo que captaba la atención sobre todo lo demás.
    Alguien venía a eliminar prejuicios e ideas,
sentencias y lógicas,
para revelar una vez más,
cuán equivocadas nuestras teorías están,
cuán lejos nuestros planes de la realidad.
Pues la vida camina,
y no sigue nuestros andares.
    Así pues, empeñóse de nuevo en mostrarme
que no era aquello oscuridad, que no era desesperanzar.
Y he aquí que me concedió el mejor regalo que se pueda dar:
un amor que me desbordara,
algo imposible, algo irreal.
    Porque, de vez en cuando,
la vida algún milagro trae.

martes, 13 de diciembre de 2011

Adiós



    Me invadió un estremecimiento cuando observé cómo tus huellas se alejaban. Me costó recobrar el aliento unos instantes, pero al cabo de un momento, pensé que un ‘adiós’ no parecía algo tan duro. No sabía que el tiempo se disponía a mostrarme cómo aquello no era, ni mucho menos, nada parecido. No me di cuenta de que la despedida se parecía a un suspiro, pero el ‘adiós’ no era sino un largo camino que habría de recorrer sin remedio. Traté de volver la mirada, pero una puerta se había cerrado estruendosamente detrás de mí y no quedaba más que avanzar por aquel estrecho túnel que se abría ante mí. Di un pequeño paso cargado de una fuerte repulsión, no quería pasar por ahí; todo permanecía oscuro, estaba sola y no sabía hacia dónde me dirigía. Sin querer, empecé a llamarte a gritos; pero tú no me parecías oírme; lloraba, pero mis lágrimas caían, y tú no aparecías. Conforme seguí caminando, mis ojos fueron secándose y mi voz enmudeció. Sentí frío, mucho frío. Pero continué deambulando sedienta, arrastrando mis pasos hacia algún lugar dónde no quería llegar. Mientras, tu rostro se figuraba ante mis ojos cómo un oasis en medio del desierto. Pero mis ojos se nublaban, y noté que tus facciones comenzaban a desdibujarse. Quise agarrarlo con mis débiles manos para no perder de vista aquellos bellos ojos que tanto me iluminaban en medio de aquella oscuridad. Corrí entonces a buscar un pequeño pero hermoso cofre tan precioso como aquel rostro, donde pudiera guardarlo, donde permanecieras para siempre; allí donde el tiempo tendría prohibido el paso. Comencé, de pronto, a tambalearme en aquel sueño despiadado; aquel pequeño cofre se revolvía y dejaba escapar tus recuerdos envueltos en sombras, convertidos en fantasmas que se abalanzaban sobre mí y me golpeaban con fuerza. Apenas me permitían avanzar un paso. Traté de guardarlos de nuevo en aquel cofre y no dejarlos escapar. Pero entonces pesaban; pesaban cada vez más y yo caía una y otra vez sin poder levantarme. Me quedé quieta, agotada, extenuada por tratar de cargar con aquello. Se hizo un largo silencio y me quedé dormida largo tiempo. Cuando al fin desperté, continué caminando rodeada de un espeso silencio. Mi voz sofocada había cesado de llamarte; no conseguía imaginar tu rostro con nitidez. Vacié aquel hermoso cofre con los ojos empañados y, desesperada, grité que no te marcharas, que no te alejaras de mi lado aunque te hubieras convertido en un espectro clavado en mi alma. Sin fuerzas, abandoné aquel cofre apagado y sin brillo y reanudé la senda. Hace un tiempo, me parece vislumbrar pequeños haces de luz que parpadean como atisbando algún final. Es posible que sea en los lindes de este escabroso sendero donde se encuentre el ‘adiós’. No sé si mis llagados pies hallarán gozo alguno cuando al fin cesen de caminar. Lo único que siento ahora es haber recorrido este sendero y que aquella lejana puerta se cerrara tras de mí, pero mucho más, siento que el recuerdo de tu mirada se extinguiera. No lamento, sin embargo, las lágrimas que empañan hoy mi rostro, pues ellas son lo únicas que me devuelven el reflejo de tus ojos. Cuando al fin aquella extraña luz llegue a calentar mis frías pupilas, cuando aquel terrible y cruel ‘adiós’ asedie al fin mis labios, deseo poder encontrar en algún lugar, lo más valioso que guardé en nuestro pequeño cofre; ese amor que me permite desear que, aunque jamás vuelva a ver tu rostro, esté dónde esté, sonría.


miércoles, 26 de octubre de 2011

EN EL FONDO

    Reparé en esta ocasión en algo que escuchaba a menudo: ‘en el fondo aquel tipo era bueno’. ¿En el fondo?, ¿cuál es ese fondo? Si en el fondo fue bueno es que en la superficie no lo fue tanto. ¿Por qué entonces ese empeño en vivir anclados ahí? ¿Por qué no indagar allí donde escuchamos retumbar lo mejor de nosotros, allí donde está escondido ese pequeño candil asustado que apenas se atreve a parpadear? Vivimos con miedo, anclados y sin atrevernos a ser. Los hombres, en la utopía de que son libres desdeñan la libertad más grande de ser aquello que realmente son. Triste es permanecer siendo una roca y no descubrir el oro que se esconde dentro. Y el hombre posee el valor de atisbar el oro y comenzar a buscarlo. Pero también la ceguera de no querer mirarlo directamente porque le asusta.
    Tengo la sensación de que he pasado mucho tiempo en la superficie de un océano mientras la vida se encontraba en su profundidad, y me conformé con contemplar el ir y venir de las olas, el vano reflejo de una maravilla escondida.
    Esto cavilé cuando pensaba por qué todo resultaba tan difícil a veces. Con dificultad puede alguien llegar a descubrir el hermoso oro que esconde otra persona si se reviste de dura roca y jamás ha visto el suyo propio. Tampoco fui capaz de encontrar una respuesta que me convenciera hasta que no conseguí salir de mí misma y atisbar el tesoro que escondían los hombres. Creer que todo era difícil porque las personas estaban talladas únicamente de roca no podía ser cierto si yo ya había vislumbrado su pequeña pepita de oro. Pero yo no pude pulir su piedra como tampoco conseguiré terminar de tallar la mía aunque dedique la vida a liberarme de esas rocas, a atravesar las olas y ver lo que el profundo océano esconde.
    La facilidad y la sencillez se esconden en realidad en ese fondo y mientras vivamos ahí arriba, perdidos en la escasez, no hallaremos la llave de la libertad, no hallaremos nuestra mejor versión y nuestra máxima dicha. La vida nunca puede ser tranquilidad, parálisis, anulamiento en el sinsentido, sino tormenta, movimiento, y búsqueda. El corazón permanece siempre inquieto y no encuentra jamás sosiego aunque fácilmente el engaño así lo aparente. Porque el nuestro, no es un corazón que haya encontrado lo que buscaba. Pero aquel que no busca ya secó su corazón sediento.
    La plenitud, el sosiego, la paz no son algo que nuestro corazón conseguirá en perfecta armonía. En su búsqueda, en el recorrido hacia ese fondo, hacia esa hondonada conseguirá participar de esa paz y ese sosiego. Jamás llegamos a nuestro destino ni a pulir nuestra roca, nunca a abarcar la inmensidad del océano, pero en ese caminar a la hondonada, avanzamos y vivimos. Al fin.

viernes, 13 de mayo de 2011


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miércoles, 2 de marzo de 2011

LOS HIJOS DEL DÍA Y LA NOCHE


Vivimos arrollados por extrañas fuerzas magnéticas que nos atraen de una forma inexplicable; luces que nos deslumbran de día y otras que nos seducen de noche. El desarrollo quiso colocar nuestras capas emocionales por encima del razonamiento y  convertirnos en seres arrastrados por unas pasiones que nos alejan de la fría razón permitiéndonos llegar a aquello que a ella le sobrepasa y le desborda en su pequeñez, acercándonos a la grandeza que se esconde tras esas tangibles capas. Tratamos de hallar la conjunción de esas fuerzas que nos rigen; la  razón que nos acompaña de día y los sueños que nos invaden cada noche. Algo que no somos capaces de encontrar en nosotros mismos, sino a través de la conjunción de dos polos perfectamente complementarios. Es esta fusión la que al friccionar permite que el fuego brote creando la fuerza más arrolladora y abrasadora que existe; y la más perfecta.
Tal es la necesidad que el sol tiene de su luna y que ambos proyectan de idéntica manera en la vida cada ser humano. El astro rey cuyos hilos invisibles de fuego invaden cada rincón; ese principio activo que alumbra la poderosa fuerza de la razón para que todo simule coherencia ante nuestros ojos. Pero esas fuerzas diurnas no pueden evitar sentir la atracción de la noche, una emoción seductora que toda mujer refleja en sus ojos. Esa luna que roba cada noche la luz de su amado, aquella que es capaz de mecer las olas del mar e iluminarnos con la belleza de sus estrellas. Un manto de oscuridad que permite a los sueños poblar esta tierra y que la fantasía rija el mundo antes de que la claridad despunte.
Esa compenetración que tienen sol y luna los convierte en algo único y perfecto. Una perfección que se aprecia en la belleza que ambos crearon juntos, en los hijos de la noche y el día; el alba y el ocaso. Aquellos momentos cuya mezcla de luz y oscuridad es sin lugar a dudas perfecta, esos instantes que dan lugar a la reflexión y a la contemplación estupefacta de la vida; momentos en los que el tiempo parece detenerse, instantes que no pertenecen ni a razón ni a fantasía, lapsos de tiempo invadidos de una armonía en la que las emociones arden intensamente.
La Aurora, dotada de esa belleza seductora heredada de su madre y con esa tenue y esperanzadora luz que su padre le concede. Una fantasía nocturna incendiada de esperanza, una bella ensoñación que otorga la oportunidad de realizar todo sueño humano con cada nuevo amanecer.
Su hermano, el crepúsculo, ese bello y seductor joven que concede descanso en esta ajetreada vida, regalándote el olvido de los quehaceres, invitándote a soñar. Él libera a toda fantasía de sus secretos escondrijos y hace descender la luz hasta la calma absoluta. Su padre le brinda su más bello resplandor mientras su madre le engalana con los más profundos y velados deseos.
Sin duda ambas fusiones aportan su mayor sentido a noche y día, ambos alcanzaron una perfección absoluta uniendo lo mejor de sí mismos. Tan sólo en los demás encontramos la perfección de lo que somos ya que, al fin y al cabo, todos formamos parte de algo más grande que nosotros mismos, algo que nos une a los demás, a esos corazones incompletos que somos y que únicamente otros llegan a perfeccionar. Una belleza  y una perfección por la que, verdaderamente, merece la pena dejarse seducir.

lunes, 14 de febrero de 2011

COMO UNAS TRISTES ASCUAS


Para todos los que han amado, esos que aman y aquellos que amarán

“…aunque los amantes se pierdan, el amor no se perderá.” (Dylan Thomas)

    Cual tristes ascuas permanece todo amante esperando sentir la fuerza de esa llama que una vez le hizo arder y que el viento azotó hasta helar su débil calor. Cuando uno  queda reducido a una pequeña hoguera que ya no es capaz iluminar, las ascuas se resisten a dejar paso a las cenizas. Aún entonces son capaces de desprender algo de su pobre calor pero solo la tenue brisa de quien alimenta nuestra existencia tiene poder para volver a incendiar el fulgor que esas tristes ascuas guardan en su interior.
    Convertidos en unas insignificantes cenizas humeantes comprobamos la fuerza que en realidad tiene nuestro fuego. Una hoguera que prende con todo su esplendor no es capaz de ver la fuerza que mantiene su gran fuego. Solo en los momentos de mayor oscuridad, cuando todas las fuertes llamas desaparecen es posible vislumbrar lo que unas ascuas pueden llegar a soportar. El ardor de una débil luz no se siente cuando un mar de luces invaden a su alrededor, sino rodeada de una terrible oscuridad.
    Aquellos que jamás ardieron tan sólo marcarán su paso en esta vida cual huella hundida sobre la nieve. Pero las marcas de las quemaduras que la pasión provoca jamás desaparecen. ¿Por qué sentir la llama que te abrasa en vez de huir a las heladas montañas? Solo cada uno sabe porque lleva dentro una mecha que desea arder con toda su intensidad, por qué deseamos abrasarnos sintiendo cada gota de cera recorrer nuestro cuerpo. ¿Por qué esas ascuas se resisten al viento que las azota y no permiten que la nieve las cubra? Basta una ligera brisa para hacer brotar de nuevo la llama de esas leves astillas que ya humean a ceniza; llamas que queman y calientan a un mismo tiempo. Ardiendo sufrimos y amamos, sentimos el calor de la llama suave en los bordes y abrasador en su interior. Pero la vida solamente puede arder, no hay fuego en la muerte.
    Todo amor que se digne de ser nombrado de ese modo permanece eternamente en ascuas esperando la venida de aquella brisa que conoce, ese roce del que brota la llama más ardiente y abrasadora que exista, aquella que provoca eternas cicatrices cuando apaga su luz y su intensidad es ahogada por las fuertes tempestades de este mundo. Ese es el precio por amar intensamente, por arder con esa llamarada que nos transporta más allá de nosotros mismos y nos funde con otro corazón.
    Ningún tormento de esta vida tan celosa de aquello que es más grande que ella misma será capaz de apagar aquellas ascuas que permanecen a la espera de la brisa que aman. Aunque tengamos que ver cerrar las heridas y obligar a nuestro corazón a amar de nuevo, sabremos que los latidos que en realidad nos mueven no son los de nuestro propio corazón.

jueves, 27 de enero de 2011

IN MEMORIAM 15.5.1995 - 27.1.2009



AHORA

Ahora que escribo tu nombre
sin que las hojas se deshagan en medio de un río de lágrimas,
ahora que he podido escuchar de nuevo al viento
sin que rasgara mi cara...
Ahora he sentido que tú me hablabas.

Ahora sólo puede hablarte mi corazón, al que sé que escuchas
porque es capaz de llegar dónde tú estás.
Y el único que consigue escucharte desde dónde te hallas.

Ahora he aprendido a escucharte a través de aquellos que siempre nos acompañaron;
A través de los árboles y los pájaros,
de las montañas y el cielo,
de los ríos y de los caminos,
del susurro del agua y del viento.

Ahora el corazón escucha porque el dolor y el sufrimiento
tornaron a una triste paz y a dulces recuerdos.
Ahora solo me queda darte las gracias:
Gracias por haberte conocido,
gracias por habernos acompañado,
gracias en fin, por haber vivido y hacernos vivir.

Y sólo un deseo para ti: que sigas corriendo feliz e incansable
por las inmensas laderas de nuestros corazones.
Ahora vivirás con nosotros siempre.

“La muerte no existe para aquellos que habitan en los corazones”