martes, 21 de diciembre de 2010

POCO A POCO



    Aquí me encuentro hoy escuchando esta paciente expresión que pronunciamos resignados sabiendo que solamente el gran Cronos posee el poder de ofrecernos aquello que esperamos. Nosotros únicamente le obsequiamos con pequeñas ofrendas y tratamos de escalar pequeños tramos de montaña. Esperamos escuchar la voz de esa divinidad pronto, o nos gustaría saber qué es lo que está en la cima de la montaña pero no se nos está permitido aspirar a tanto, hay que recorrer la línea que Cronos nos marca.
    Nosotros los mortales, que no deseamos ver cómo el tiempo se esfuma y corre a mostrarnos el hilo que teje nuestro destino, sabemos muy bien que muchas cosas requieren pagar con nuestros años de vida a cambio de curar profundas heridas o conocer si llegamos hasta la cima de la montaña que nos habíamos marcado. Haríamos correr las agujas rápidamente con tal de vernos un día donde teníamos pensado estar, de la manera en que aspirábamos y vislumbrar aquello en lo que nos habremos convertido; Del mismo modo, pagaríamos por ver huir esas largas horas que van haciéndonos dejar atrás el rastro de lo que fuimos, una sombra que se aleja y un olvido con el que Cronos llena ahora nuestras manos; Un olvido que quema y queremos soltar pero no se nos está permitido, llenos de heridas que sangran cada vez que ladeamos nuestros rostros. Sabemos que sólo dejaran de supurar cuando dejemos de mirar hacia atrás y en algún momento de este poco a poco que recorremos conseguirán cicatrizar.
    Esta expresión no debió ser creada por ningún humano, sino que el sabio Cronos nos la enseñó mientras crecíamos en un mundo que pretendíamos convertir en inmediato. Un mundo que transformaríamos con nuestros comunes mandos pausando aquellos maravillosos momentos que pondríamos a pantalla completa con sonido estéreo, Dolby surround y  3D,  paralizándolos eternamente. Como también haríamos pasar a toda velocidad esos poco a poco que inevitablemente tenemos que cruzar, eso momentos que desecharías de tu película, esos hechos que deberían pasar a ser escenas eliminadas, aquellas que necesitamos para llegar a esas otras maravillosas que no cambiaríamos por nada, unas escenas que no pueden borrarse pues forman parte del camino pero que apartamos en un lugar donde apenas podamos recordarlas.
    Con todo, no hay duda de que seríamos capaces de envejecer apresuradamente, de vender nuestros años de vida con tal de recorrer en el menor tiempo posible ese poco a poco que transformaríamos en un mucho a mucho para saber si todo aquello por lo que luchamos vendrá a nuestras manos y si el olvido nos habrá traído algún consuelo. Sólo podemos caminar sobre esos poquito a poquito sabiendo que algún día quedarán atrás, que lograremos recorrerlos y llegar a aquellos asombrosos momentos que conforman nuestro extraño destino. Nada acude cuando se desea, hay que pagar un costoso impuesto al Tiempo, atravesándolo para poder descubrir si la vida trajo lo que deseábamos; quizás algo mucho peor o puede que algo mucho mejor.
   

martes, 30 de noviembre de 2010

NUNCA Y SIEMPRE



    “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi propio mundo” Ludwig Wittgenstein.

    Al parecer el lenguaje es reflejo de tantas y tantas cosas… Podemos hallar en nuestro vocabulario algunas palabras que osan traspasar la barrera que las relega a simples palabras y consiguen adueñarse del tiempo. Y he aquí que me encuentro con nunca y siempre, dos aparentemente sencillos y diferentes vocablos que referidos al futuro mantienen grandes puntos en común; ambas ambiciosas y luchadoras donde las haya. No se conforman con nada más y nada menos que con la eternidad de lo que representan.
    La humanidad incorporó la capacidad de predecir por ejemplo qué tiempo tendremos mañana, si dentro de diez años un cometa rozará nuestra apacible tierra, e incluso augurar el destino que se halla escrito en la palma de la mano. A pesar de que todo indica que estamos bastante seguros ante lo que está por llegar, aún así en gran medida continuamos siendo escépticos respecto a cualquier cuestión que ataña más allá del día presente.
    Tenemos costumbre de refugiarnos cada día en el ansiado Carpe Diem con el tratamos de  vivir sin preocuparnos del siguiente amanecer. Pero lo cierto es el lenguaje, en este caso, parece jugarnos una mala pasada reflejando todo lo contrario. Nos sentimos necesitados de aquel eco que retumba en la lejanía y tratamos de escuchar, de  estar prepararnos ante ese gran desconocido que es nuestro futuro; El presente actual no puede ser todo lo que el destino tiene planeado para nosotros.
    Bien en cierto que ninguna clase de futuro existe, pero cierto es también que nosotros lo intuimos, escuchamos el clamor de sus tambores desde lo lejos y le esperamos en cada amanecer con la esperanza de que pasará de largo, rumbo a nuestro pasado, sin atormentar nuestro presente.
    No dudamos un instante en acoger estos dos preciosos y terribles vocablos en nuestros humildes y mortales labios. Si estas palabras soportan nuestras voces, en realidad algo de eternidad se confunde en nosotros, que no aceptamos tan a la ligera nuestros límites ni la barrera que nos marca el Carpe diem para no ver más allá. Y no sólo llegamos a intuir ese pensamiento sino que aún damos un paso más: nosotros, ciudadanos del presente hablamos de una eternidad que creemos conocer e incluso dominar. Nunca y siempre nos desvían hacia una certeza de lo que ocurrirá en un futuro que sabemos existe y sucederá tal como afirmamos.
   He aquí que nos convertimos en fingidos dueños de nuestra propia eternidad, de nuestro propio destino. Aquel temido eco ha conseguido divinizar nuestras voces por momentos. Nada, absolutamente nada se interpone entre aquellas palabras y ese clamor que se acerca. Ya estamos preparados, ya hemos llegado a ser lo suficientemente avispados para intuirlo.
    Dueños de nuestro tiempo obviamos todo obstáculo que pueda trasladarnos como el viento hacia otros lugares desconocidos. No llegamos a controlar esas fuerzas que nos superan y que con nuestra mísera intuición creemos conocer. Así pues afirmamos que nunca diremos aquello, que nunca haremos tal o cual cosa y que nunca repetiremos lo que una vez llegamos a hacer. Estamos convencidos de que siempre conseguiremos ser  tal cual somos, de que siempre amaremos con la misma intensidad y de que siempre permaneceremos fieles a lo que creemos.
    Nos convertimos entonces en luchadores que se arman de valor ante ese adversario invencible que nos supera masivamente. Nos colocamos al frente de un batallón que sabemos seguro perecerá, pero ahí estamos; la resignación no es algo que vaya con el ser humano, y a pesar de la derrota, habremos combatido.
    No sé si nos hallamos ante un acto de excesiva ambición o ante un valor admirable enfrentado a esas fuerzas que cada día nos azotan y a las que plantamos cara valerosamente; Luchamos cada día sin permitir que el eterno tiempo nos arrebate esa llama de amor que un día encendió; sin dejar que el destino vuelva a hacer tropezar nuestros pasos; sin consentir que la fría muerte se lleve aquella persona que tanto amamos, apretando con fuerza su mano; sin resignarnos a que las desgracias que el alba trajo consigo borren nuestra gran sonrisa y cambien el paisaje que nuestros ojos veían; sin imaginar que nuestros ojos lleguen nunca a contemplar un horror que haga mudar nuestro pensamiento y nuestra gran fe vea flaquear todas sus fuerzas. Luchamos como si el mundo no fuera a mostrarnos su cara oculta haciéndonos virar de rumbo.
   En esta batalla nos hallaremos hasta el último de nuestros amaneceres en el que aún entonces, podrá la vida mudar hasta que el último atardecer nos lleve. Percibimos una desconocida eternidad y luchamos contra aquello que nos azota hacia ella. No seremos nunca dueños de nuestro destino pero continuaremos refugiados en nuestro batallón de Carpe diem, a pie de guerra contra el clamor del eterno per secula seculorum.

viernes, 26 de noviembre de 2010

LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES


    Una vez al año se celebra esta maravillosa y mágica noche en la que los muertos traspasan esos lindes que separan su mundo del nuestro y consiguen pase libre para vagabundear por estos lares. Sin embargo, creo que en algún momento alguien debió dejar aquellas compuertas abiertas puesto que vivos y muertos pululan durante todo el año intercambiando ambas dimensiones. Sí, así es; no todos los muertos habitan en los cementerios ni todos los cementerios están habitados por muertos.
    Nuestras mismas ciudades se hallan pobladas de seres que caminan por ellas cuales zombies. No hace falta llevar encima de nosotros la inscripción  R.I.P para encontrarnos viviendo al lado de cualquier fría lápida. Sería fácil imaginar que los seres que cada día sienten nuestros pasos al otro lado de la pared, aquellos que escuchan las melodías que nos hacen cantar en la ducha y huelen los aromas que desprenden nuestros guisos son personas cercanas a nosotros. Sin embargo, lo cierto es que muchas veces esas personas no pasan de ser sombras que se entremezclan disimuladamente en nuestra existencia sin llegar a formar parte real de ella.
    Sin llegar a salir siquiera de nuestro hogar y más concretamente de nuestra red social cibernética que tan necesaria se ha hecho actualmente para mantener el contacto con las personas que conocemos, cabría preguntarse qué tipo de contacto es ése que nos une a aquellos nombres con fotografías, cuánto soy capaz de sentir que alguien me escucha al otro lado, de la misma manera que cuando invocamos a las almas de nuestra difunta familia para que escuchen nuestros ruegos; si contacto tiene la misma fuerza que un abrazo o preguntarnos cuántas de esas almas vienen a darnos su aliento cuando caemos, cuando estamos enfermos.
    Caminando fuera de nuestras casas, solemos vagar como encapuchados enclaustrados en nuestros propios asuntos y en nuestra tranquilidad sepulcral sin permitir que nadie enturbie nuestro descanso. Es curioso cómo la gente huye despavorida ante una pordiosera extranjera embarazada, ante un escuálido joven con un aliento a alcohol insoportable, o ante un viejo gitano con un periódico de la mano. De hecho, no sólo huimos despavoridos sino que nos sentimos terriblemente ofendidos por aquellos desgraciados que no han querido pedirle tanto como nosotros a la vida y ahora no sabiendo cargar sus culpas pretenden cargar su peso sobre nuestros hombros.
    Pero no lejos de nosotros, en las ciudades de los muertos podemos comprobar cómo el silencio se rompe y se descompone desprendiendo algo de calor. Allí, en medio del frío mármol uno puede hallar un lejano calor que se acerca hasta nosotros estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos. Son aquellos recuerdos tan marcados con hierro candente dentro de nosotros, que hacen que las almas que forman parte de ellos salgan de sus descansos y  no se alejen de nuestro lado, haciéndonos sentir su aliento cuando éste más nos falta.
    En nuestras cercanas ciudades muertas también podemos encontrar seres que han dejado una huella tan grande en algunos corazones que su simple vida les inspira cada día a superarse, a creer que la meta que siguen vale su vida e incluso, a falta de inspiración a su alrededor, hallan en ellos un ejemplo de vida que les guía y les aconseja.
    En medio de aquellos requiescat in pacem yacen muchos cuya desgracia en vida no consiguió perturbar a ningún alma y cuya muerte enmudece a cuantos la conocen, conmoviéndoles de tal manera su desgracia que la sienten cercana a la suya propia, sintiendo esa fraternidad que en el fondo une a toda una humanidad, viva o muerta.
    Todo este vagar de almas habita en medio de un mundo difícil de arar y sembrar, en el que siempre hay semillas que por azar hallan tierra viva y fértil pero también otras que conmueven a la tierra muerta y árida y consiguen florecer allí. Hay aún mucha tierra por arar pero también mucha tierra florecida; Nada en este mundo tiene una extensión absoluta al igual que el manto de la noche nunca termina de cubrir la tierra. Siempre existe un corazón que llega a conmoverte de tal manera que sientes vibrar el tuyo propio, haciéndote sentir lo vivo que estás y lo hermoso que es sentirlo.
    En este nuestro mundo existen muchos vivos enterrados y muchos muertos vivientes por lo que, aunque sea durante esta mágica noche, nadie podrá negarme que seré capaz de ver zombies caminando por la calle tanto como poder sentir el frío calor de un fantasma.

.

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL AMOR DEL S. XXI


    Hoy en día existe un nuevo arquetipo de amor; el amor del S. XXI, creado y adaptado como tantas otras cosas a la sociedad en la que vivimos. Actualmente, amar es una palabra que bien podríamos emplear con cualquiera de los electrodomésticos que conforman nuestros hogares. Es posible que en estos momentos muchas personas amen tanto a su pareja como a la tostadora que les sirve las tostadas bien chamuscaditas cada mañana.
    El día que usted conoció a aquella encantadora persona bien puede recordarle al momento en el que el dependiente de la gasolinera de su barrio le mostró aquel catálogo de regalos donde, entusiasmado, comprobó que los puntos que llevaba acumulados eran suficientes para poder llevarse un estupendo aparato. Es posible que la tostadora que vendían en la tienda le hubiera parecido siempre alucinante pero, ¡qué narices!, ¡ésta era gratis!
    Así que ahí estaba, la querida tostadora que, desembalada al fin, tenía mucho mejor aspecto y había conseguido que olvidara por completo aquella carísima de la tienda. Se encontraba ilusionado y emocionado con el uso que le ofrecía su nuevo electrodoméstico. Formaba parte ya de su vida contribuyendo a crearla más cómoda y saludable. Aquella encantadora tostadora, quiero decir, aquella encantadora persona que conoció provenía de algún lugar, estaba hecha de algún tipo de material y quizás tuviera un sencillo aunque inteligente entramado interno. Pero lo importante es que esa persona le aportaba en aquel momento y hora lo que usted precisaba, al igual que aquella tostadora le ofrecía las tostadas tal y como le gustaban, en el momento en que las precisaba. Asimismo, de igual modo que usted no importunaba ni se detenía a traspasar aquella frontera metálica, así también esperaba un trato igualitario por la otra parte. Sin duda parece francamente práctico y sagaz enclaustrar nuestros corazones de manera que resulte suficiente poder visionarlos a través de un pequeño cerrojo, sin hallar llave alguna que lo maltrate. Bien cierto es que “ojos que no ven, corazón que no siente”, por lo que un corazón a cuyos ojos no se le permiten ver nada, tampoco es capaz de amar nada. Si, como algunos afirman, nuestro astuto cerebro racional se hallara posicionado en un nivel superior al emocional prescindiríamos de todo escudo al mismo tiempo que podríamos encender nuestra pasión con una persona que racionalmente fuera nuestra media naranja. Pero por fortuna para unos y desgracia para otros, el amor es azaroso. Toda emoción es signo de debilidad y por tanto, la más grande de todas ellas no iba a ser menos; hay que protegerse de ella, no podemos permitirnos ser unos débiles esclavos del amor. Así pues, confinamos nuestro apasionado y ardiente corazón a una fría celda de forma que nuestra sangre temple. De esta manera somos capaces de aprovechar el instante que alguien nos brinda para amarnos y más tarde olvidar por completo que una vez entregamos a esa persona toda nuestra pasión. No podemos, por el contrario, detenernos una mañana en la que no soportamos nuestra existencia y parar a un viandante, relatarle lo horrible que nos parece la vida aquella mañana y marcharnos sin más, habiéndonos desahogado tranquilamente. ¿Qué clase de persona comparte toda su intimidad contigo sin conocerte de nada?
    Pero volvamos a nuestro robótico amor del SXXI, a nuestra genial tostadora que un buen día sin más empieza a no chamuscar sus tostadas tan buenamente como sabía. Por desgracia, no tenemos más remedio que desechar tristemente nuestro querido aparato; ha dejado de tostar como a nosotros nos gustaba y ya no puede sernos útil de ningún modo. La mejor solución es comprar una nueva tostadora ya que arreglar la vieja supondría un coste superior al precio de cualquier otra sin estrenar.
    He aquí que en estos momentos, nos damos cuenta del siglo al que pertenecemos pues cometer la locura de reparar aquella preciosa tostadora no es gesto práctico ni útil, no es interesado ni sencillo. Sin embargo, en nuestra vida algunas cosas ocuparon un lugar tan importante que en su ausencia, el lugar que ocuparon aún continúa lleno.
    No es este gesto de amor, reacción común de nuestro siglo pero como sucede con todas las grandes cosas de este mundo, nunca desaparecen, sino que lo convierten en un lugar habitable, haciéndolo girar desde los más ocultos y silenciosos corazones.

.


viernes, 12 de noviembre de 2010

UNA VIDA SOBRE ASFALTO


    Una vez alguien me dijo que la vida es como un mapa de carreteras. Sí, un lugar donde las personas, como las carreteras, se cruzan en tu camino y luego desaparecen. Cuando escuché por primera vez semejante comparación no reparé demasiado en ella. Sin embargo, aquella imagen nunca se borró de mi mente. Debe ser, supongo, porque nunca volví a encontrar otra mejor.
    Y es que todos estamos inmersos en este viaje, nos guste o no. Un buen día, todos montamos dentro de un maravilloso vehículo, o eso al menos es lo que nos parece. Entonces apenas podemos asomarnos por las ventanillas pero no nos importa porque disfrutamos de aquel inusitado trayecto que estamos descubriendo. Y así, de esta manera tan natural, tan inexplicable y tan irremediable comienza nuestro viaje.
    Rápidamente dejas de encontrar sentido a permanecer allí sentado, de modo que tratas de moverte hacia aquellas ventanillas cada vez más intensamente. Un día, nuestros pequeños dedos han conseguido apoyarse triunfalmente sobre la repisa y nos erguimos por fin hacia arriba. Contemplas una llanura inconmensurable que tratas de abordar por completo pero que se difumina por el horizonte. Permaneces observándola ensimismado, dejando que el espectacular paisaje inunde tu mirada mientras sueñas e imaginas alguna entelequia aún más bella que aquella que la vista te brinda.
    Empero el viaje continúa su marcha y llega un momento en el que las carreteras comarcales que siempre habías transitado van aumentando su tamaño y comienzas a cruzarte con un tráfico cada vez menos fluido. Tanto que te ves abocado hacia las estruendosas autopistas dejando atrás aquella acomodada carretera donde asomado por la ventanilla, nuestro rostro sentía toda la fuerza del viento en las mejillas.
    Pero ahora el asfalto había ensancha tu mirada con muchas desviaciones y el paisaje comienza a tornar extraño sin parecerse al que imaginabas. No obstante, aún contemplándolo tal y como lo veías, continúas pegado a la ventanilla. Basta una suave brisa de olor a flores frescas colándose entre las rendijas para enamorarte de la vida, para no poder continuar sin hacer una parada.
    Y allí te hallas pues entregándote sin remedio a la vida, haciendo una parada en lo que te parecía un atractivo Hotel de carretera. Allí podrías hallar un merecido descanso en el viaje. No había por qué preguntarse nada más. El trato que te brindan es todo lo que puedes desear, la comida inmejorable e incluso las habitaciones son de lo más confortable. Te dejas llevar y sin embargo, no te ves rodeado de una esperada sensación de dicha. Por el contrario, te envuelve un agobiante pensamiento de no querer despreciar algo tan maravilloso al mismo tiempo que te invade un anhelo de algo más grande. A pesar de la asfixiante lucha, te das cuenta de que no puedes agostarte allí.
    Decides continuar el camino como sea aunque ya no desees inclinar más la mirada hacia la ventanilla. Sin embargo, hay momentos en los que alguien permanece al borde del camino, alguien cuya existencia transcurre en un continuo autostop. Si bien nos hallamos tan inmersos en nuestros lamentos que no reparamos en ellos, a pesar de que aquel caminante pudo ser alguien que necesitaba un auxilio apremiante, o un amigo inseparable, o un amor difícil de olvidar. Pero también quedó atrás.
    Sin querer vuelves a levantar la mirada. Pero en aquel momento permites que la necesidad conduzca por ti y te dirija hacia lugares donde nunca pensaste hallarte. Aunque solo sea durante un breve instante, la necesidad, el deseo te llama. Y paramos en cualquier lugar, en cualquier antro de carretera que encontramos. Allí donde los camioneros ahogan sus penas en barras de bar mientras te recibe a la entrada un estupendo pack de películas X. Pero ahí te encontrabas y aunque no hubieras disfrutado de la breve visita, lo cierto es que acabaste allí sin remedio.
   Pese a todo, prosigues hacia adelante, avanzando con la cabeza rendida sobre el respaldo y la mirada cansada, cabizbaja, observando las inmóviles estrellas del firmamento, escudriñándolas esperando que te revelen en voz baja tu destino. Así, como padeciendo un leve estado de duermevela, el rumor de una música lejana llega rozando a tus oídos. No le prestas atención pero acaba retumbando en tu cabeza. Entonces unos resplandores centelleantes se clavan sobre las monótonas luces de nuestras pupilas y de repente, un leve e ilusorio brillo vuelve a inundarlas. Resulta imposible no fijar la vista en aquel maravilloso espectáculo nocturno donde la gente disfruta de exquisitos cócteles en agradables terrazas. Una intensa y pandoresca curiosidad te conduce hacia aquella envolvente despreocupación, aquella cautivadora pasión rebosante de un fulgor que te hace vibrar más allá de las estupendas comodidades de aquel lejano Hotel de carretera. Pero aquello solo podía ser un espejismo, una ilusión cuyo resplandor perecería con el alba. Se trataba de un oasis que apagaba una sed provocada por la escasa vehemencia que te rodea pero la maravillosa inyección de frenesí que proporcionaba aquel lugar jamás ofrecería ningún placer duradero.
    Abandonando aquella hondonada el camino continúa, negándote ya todo derecho a creer que alguna vez encontrarás un paisaje de aquellos que una vez imaginaste. Consciente de no volver a sentir nunca más la intensidad y la frescura de la suave brisa que acariciaba nuestro rostro por aquellas carreteras comarcales, con la cabeza rendida sobre los brazos, entrecruzados éstos sobre la ventanilla, contemplando el paisaje; con aquella serenidad que nos aporta la vivencia de todo aquello que un día alterara nuestra sucesión lógica de los acontecimientos.
    Así, con aquella pasividad y sin percatarnos de nada, vuelves a encontrarte contemplando una espectacular puesta de sol cuyo cobre rojizo hechiza las miradas. Tus miembros se dejan caer entonces sobre alfombras primaverales que vuelven a insinuarnos fragancias que ya oliéramos antes, donde no necesitabas mayor comodidad ni mayor pasión que la que te rodeaba. Sin embargo, cuando realmente deseas permanecer allí, aquel color cobrizo torna a un azul de tonos morados, y la hierba se vuelve húmeda y el viento frío. Contemplas con angustia aquella caída de sol donde por fin te habías encontrado de nuevo y te preguntas por qué aquel hermoso cobrizo desaparece sin más.
    Al final, lo cierto es que todos deseamos comprimir la vida dentro de nosotros como un lujoso perfume, sin dejar derramar ni una gota. Sin embargo, nosotros tan solo cruzamos una estepa desértica cuya gran llanura únicamente se transforma en un bello vergel cuando las personas que se cruzan en tu camino le infunden su vida. Y es que realmente, solo recuerdas a aquellos que aún contemplas cuando tus ojos se cierran; recordarás a aquellos que condujeron a tu lado durante un largo trayecto o aquellos otros que tan solo se cruzaron en tu camino durante un breve pero intenso instante.
    Algunos quedarán deleitando manjares en un grandioso Hotel, otros bailando hasta el amanecer y algunos otros quizás, fundiéndose con los atardeceres. Pero cuando nuestro camino al fin termine, cuando nuestro coche quede inmóvil a la orilla del mar y hundamos nuestros últimos pasos en la arena, no debiéramos llegar exhaustos,  lanzándonos al oscuro océano en busca de un bálsamo mortífero para nuestros pies cansados. Nuestros pasos debieran ser tan ligeros que las huellas no se hundieran sobre la arena, que aquel agradable murmullo de aguas nos envolviera permitiéndonos volver a sentir de nuevo la suave brisa que un día nos llamó a esta vida.
    Hasta entonces, seguiré recorriendo este mapa.


viernes, 3 de septiembre de 2010

RÉQUIEM POR UN AMOR PERDIDO


Escribo porque no era capaz de cerrar los ojos y olvidar todo durante un instante. Tenía la cabeza agotada de escuchar a mi corazón retumbando sin cesar. Ese palpito tan fuerte y rápido que mis sentidos ansiaban ignorar. Pero el estruendo era demasiado intenso. Abrí los ojos y observé la ventana otra vez. Me obsesionaba aquella abertura. Ya no había más salida que aquella ventana, no había más puertas por abrir. No quería buscarlas, no quería contemplarlas. El hachazo había sido fuerte, un solo golpe seco y profundo. Al fin me levanté tambaleándome hacia la ventana.

Entonces escuché llover. Escuché la lluvia caer tras la ventana y paré. Escuchaba. Me senté a escuchar. Escuchaba porque no oía otra cosa que el repiqueteo de las gotas en los cristales. Golpeaban fuerte. Querían que las escuchase. Aún había algo tras la ventana, algo que retumbaba más fuerte aún q mi corazón. Cerré los ojos y escuché ese sonido inundando mis entrañas. Y caía fuerte, muy fuerte. Pero no quería que parara Abrí la ventana y las ráfagas de viento arrastraron toda la lluvia hacia dentro. Pero no me aparté. Dejé la lluvia caer y golpearme. Tenía que dejarla arrastrar aquellas lágrimas cargadas de pesadas imágenes. Golpeaba fuerte, muy fuerte. Solo entonces comprendí que más allá de aquella cortina de agua, el aire consigue llenarte los pulmones y no ahogarte, que solo un dolor más intenso que mis lágrimas sería capaz de arrastrarlas. Y la dejé hacer y caer, y la dejo caer y caer…