miércoles, 2 de marzo de 2011

LOS HIJOS DEL DÍA Y LA NOCHE


Vivimos arrollados por extrañas fuerzas magnéticas que nos atraen de una forma inexplicable; luces que nos deslumbran de día y otras que nos seducen de noche. El desarrollo quiso colocar nuestras capas emocionales por encima del razonamiento y  convertirnos en seres arrastrados por unas pasiones que nos alejan de la fría razón permitiéndonos llegar a aquello que a ella le sobrepasa y le desborda en su pequeñez, acercándonos a la grandeza que se esconde tras esas tangibles capas. Tratamos de hallar la conjunción de esas fuerzas que nos rigen; la  razón que nos acompaña de día y los sueños que nos invaden cada noche. Algo que no somos capaces de encontrar en nosotros mismos, sino a través de la conjunción de dos polos perfectamente complementarios. Es esta fusión la que al friccionar permite que el fuego brote creando la fuerza más arrolladora y abrasadora que existe; y la más perfecta.
Tal es la necesidad que el sol tiene de su luna y que ambos proyectan de idéntica manera en la vida cada ser humano. El astro rey cuyos hilos invisibles de fuego invaden cada rincón; ese principio activo que alumbra la poderosa fuerza de la razón para que todo simule coherencia ante nuestros ojos. Pero esas fuerzas diurnas no pueden evitar sentir la atracción de la noche, una emoción seductora que toda mujer refleja en sus ojos. Esa luna que roba cada noche la luz de su amado, aquella que es capaz de mecer las olas del mar e iluminarnos con la belleza de sus estrellas. Un manto de oscuridad que permite a los sueños poblar esta tierra y que la fantasía rija el mundo antes de que la claridad despunte.
Esa compenetración que tienen sol y luna los convierte en algo único y perfecto. Una perfección que se aprecia en la belleza que ambos crearon juntos, en los hijos de la noche y el día; el alba y el ocaso. Aquellos momentos cuya mezcla de luz y oscuridad es sin lugar a dudas perfecta, esos instantes que dan lugar a la reflexión y a la contemplación estupefacta de la vida; momentos en los que el tiempo parece detenerse, instantes que no pertenecen ni a razón ni a fantasía, lapsos de tiempo invadidos de una armonía en la que las emociones arden intensamente.
La Aurora, dotada de esa belleza seductora heredada de su madre y con esa tenue y esperanzadora luz que su padre le concede. Una fantasía nocturna incendiada de esperanza, una bella ensoñación que otorga la oportunidad de realizar todo sueño humano con cada nuevo amanecer.
Su hermano, el crepúsculo, ese bello y seductor joven que concede descanso en esta ajetreada vida, regalándote el olvido de los quehaceres, invitándote a soñar. Él libera a toda fantasía de sus secretos escondrijos y hace descender la luz hasta la calma absoluta. Su padre le brinda su más bello resplandor mientras su madre le engalana con los más profundos y velados deseos.
Sin duda ambas fusiones aportan su mayor sentido a noche y día, ambos alcanzaron una perfección absoluta uniendo lo mejor de sí mismos. Tan sólo en los demás encontramos la perfección de lo que somos ya que, al fin y al cabo, todos formamos parte de algo más grande que nosotros mismos, algo que nos une a los demás, a esos corazones incompletos que somos y que únicamente otros llegan a perfeccionar. Una belleza  y una perfección por la que, verdaderamente, merece la pena dejarse seducir.