viernes, 12 de noviembre de 2010

UNA VIDA SOBRE ASFALTO


    Una vez alguien me dijo que la vida es como un mapa de carreteras. Sí, un lugar donde las personas, como las carreteras, se cruzan en tu camino y luego desaparecen. Cuando escuché por primera vez semejante comparación no reparé demasiado en ella. Sin embargo, aquella imagen nunca se borró de mi mente. Debe ser, supongo, porque nunca volví a encontrar otra mejor.
    Y es que todos estamos inmersos en este viaje, nos guste o no. Un buen día, todos montamos dentro de un maravilloso vehículo, o eso al menos es lo que nos parece. Entonces apenas podemos asomarnos por las ventanillas pero no nos importa porque disfrutamos de aquel inusitado trayecto que estamos descubriendo. Y así, de esta manera tan natural, tan inexplicable y tan irremediable comienza nuestro viaje.
    Rápidamente dejas de encontrar sentido a permanecer allí sentado, de modo que tratas de moverte hacia aquellas ventanillas cada vez más intensamente. Un día, nuestros pequeños dedos han conseguido apoyarse triunfalmente sobre la repisa y nos erguimos por fin hacia arriba. Contemplas una llanura inconmensurable que tratas de abordar por completo pero que se difumina por el horizonte. Permaneces observándola ensimismado, dejando que el espectacular paisaje inunde tu mirada mientras sueñas e imaginas alguna entelequia aún más bella que aquella que la vista te brinda.
    Empero el viaje continúa su marcha y llega un momento en el que las carreteras comarcales que siempre habías transitado van aumentando su tamaño y comienzas a cruzarte con un tráfico cada vez menos fluido. Tanto que te ves abocado hacia las estruendosas autopistas dejando atrás aquella acomodada carretera donde asomado por la ventanilla, nuestro rostro sentía toda la fuerza del viento en las mejillas.
    Pero ahora el asfalto había ensancha tu mirada con muchas desviaciones y el paisaje comienza a tornar extraño sin parecerse al que imaginabas. No obstante, aún contemplándolo tal y como lo veías, continúas pegado a la ventanilla. Basta una suave brisa de olor a flores frescas colándose entre las rendijas para enamorarte de la vida, para no poder continuar sin hacer una parada.
    Y allí te hallas pues entregándote sin remedio a la vida, haciendo una parada en lo que te parecía un atractivo Hotel de carretera. Allí podrías hallar un merecido descanso en el viaje. No había por qué preguntarse nada más. El trato que te brindan es todo lo que puedes desear, la comida inmejorable e incluso las habitaciones son de lo más confortable. Te dejas llevar y sin embargo, no te ves rodeado de una esperada sensación de dicha. Por el contrario, te envuelve un agobiante pensamiento de no querer despreciar algo tan maravilloso al mismo tiempo que te invade un anhelo de algo más grande. A pesar de la asfixiante lucha, te das cuenta de que no puedes agostarte allí.
    Decides continuar el camino como sea aunque ya no desees inclinar más la mirada hacia la ventanilla. Sin embargo, hay momentos en los que alguien permanece al borde del camino, alguien cuya existencia transcurre en un continuo autostop. Si bien nos hallamos tan inmersos en nuestros lamentos que no reparamos en ellos, a pesar de que aquel caminante pudo ser alguien que necesitaba un auxilio apremiante, o un amigo inseparable, o un amor difícil de olvidar. Pero también quedó atrás.
    Sin querer vuelves a levantar la mirada. Pero en aquel momento permites que la necesidad conduzca por ti y te dirija hacia lugares donde nunca pensaste hallarte. Aunque solo sea durante un breve instante, la necesidad, el deseo te llama. Y paramos en cualquier lugar, en cualquier antro de carretera que encontramos. Allí donde los camioneros ahogan sus penas en barras de bar mientras te recibe a la entrada un estupendo pack de películas X. Pero ahí te encontrabas y aunque no hubieras disfrutado de la breve visita, lo cierto es que acabaste allí sin remedio.
   Pese a todo, prosigues hacia adelante, avanzando con la cabeza rendida sobre el respaldo y la mirada cansada, cabizbaja, observando las inmóviles estrellas del firmamento, escudriñándolas esperando que te revelen en voz baja tu destino. Así, como padeciendo un leve estado de duermevela, el rumor de una música lejana llega rozando a tus oídos. No le prestas atención pero acaba retumbando en tu cabeza. Entonces unos resplandores centelleantes se clavan sobre las monótonas luces de nuestras pupilas y de repente, un leve e ilusorio brillo vuelve a inundarlas. Resulta imposible no fijar la vista en aquel maravilloso espectáculo nocturno donde la gente disfruta de exquisitos cócteles en agradables terrazas. Una intensa y pandoresca curiosidad te conduce hacia aquella envolvente despreocupación, aquella cautivadora pasión rebosante de un fulgor que te hace vibrar más allá de las estupendas comodidades de aquel lejano Hotel de carretera. Pero aquello solo podía ser un espejismo, una ilusión cuyo resplandor perecería con el alba. Se trataba de un oasis que apagaba una sed provocada por la escasa vehemencia que te rodea pero la maravillosa inyección de frenesí que proporcionaba aquel lugar jamás ofrecería ningún placer duradero.
    Abandonando aquella hondonada el camino continúa, negándote ya todo derecho a creer que alguna vez encontrarás un paisaje de aquellos que una vez imaginaste. Consciente de no volver a sentir nunca más la intensidad y la frescura de la suave brisa que acariciaba nuestro rostro por aquellas carreteras comarcales, con la cabeza rendida sobre los brazos, entrecruzados éstos sobre la ventanilla, contemplando el paisaje; con aquella serenidad que nos aporta la vivencia de todo aquello que un día alterara nuestra sucesión lógica de los acontecimientos.
    Así, con aquella pasividad y sin percatarnos de nada, vuelves a encontrarte contemplando una espectacular puesta de sol cuyo cobre rojizo hechiza las miradas. Tus miembros se dejan caer entonces sobre alfombras primaverales que vuelven a insinuarnos fragancias que ya oliéramos antes, donde no necesitabas mayor comodidad ni mayor pasión que la que te rodeaba. Sin embargo, cuando realmente deseas permanecer allí, aquel color cobrizo torna a un azul de tonos morados, y la hierba se vuelve húmeda y el viento frío. Contemplas con angustia aquella caída de sol donde por fin te habías encontrado de nuevo y te preguntas por qué aquel hermoso cobrizo desaparece sin más.
    Al final, lo cierto es que todos deseamos comprimir la vida dentro de nosotros como un lujoso perfume, sin dejar derramar ni una gota. Sin embargo, nosotros tan solo cruzamos una estepa desértica cuya gran llanura únicamente se transforma en un bello vergel cuando las personas que se cruzan en tu camino le infunden su vida. Y es que realmente, solo recuerdas a aquellos que aún contemplas cuando tus ojos se cierran; recordarás a aquellos que condujeron a tu lado durante un largo trayecto o aquellos otros que tan solo se cruzaron en tu camino durante un breve pero intenso instante.
    Algunos quedarán deleitando manjares en un grandioso Hotel, otros bailando hasta el amanecer y algunos otros quizás, fundiéndose con los atardeceres. Pero cuando nuestro camino al fin termine, cuando nuestro coche quede inmóvil a la orilla del mar y hundamos nuestros últimos pasos en la arena, no debiéramos llegar exhaustos,  lanzándonos al oscuro océano en busca de un bálsamo mortífero para nuestros pies cansados. Nuestros pasos debieran ser tan ligeros que las huellas no se hundieran sobre la arena, que aquel agradable murmullo de aguas nos envolviera permitiéndonos volver a sentir de nuevo la suave brisa que un día nos llamó a esta vida.
    Hasta entonces, seguiré recorriendo este mapa.


4 comentarios:

  1. Vaya, me encanta tu manera de escribir :)
    ¡Sigue así!

    ResponderEliminar
  2. Muchas veces vale la pena repostar un poco en ciertos lugares de nuestro mapa de carreteras, pero es conveniente no hacerlo solo, o podemos no querer recontinuar nuestro pasaje por nuestra trayecto.
    Me gusta tu blog, me uno a ti ;)
    http://aullidodepena.blogspot.com/

    ResponderEliminar
  3. una estepa desertica ... se transforma en un bello vergel cuando las personas que se cruzan en tu camino le infunden su vida ....
    Muy bien silfide , no pares de crear ,no te detengas nunca .

    ResponderEliminar

Murmullos