viernes, 26 de noviembre de 2010

LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES


    Una vez al año se celebra esta maravillosa y mágica noche en la que los muertos traspasan esos lindes que separan su mundo del nuestro y consiguen pase libre para vagabundear por estos lares. Sin embargo, creo que en algún momento alguien debió dejar aquellas compuertas abiertas puesto que vivos y muertos pululan durante todo el año intercambiando ambas dimensiones. Sí, así es; no todos los muertos habitan en los cementerios ni todos los cementerios están habitados por muertos.
    Nuestras mismas ciudades se hallan pobladas de seres que caminan por ellas cuales zombies. No hace falta llevar encima de nosotros la inscripción  R.I.P para encontrarnos viviendo al lado de cualquier fría lápida. Sería fácil imaginar que los seres que cada día sienten nuestros pasos al otro lado de la pared, aquellos que escuchan las melodías que nos hacen cantar en la ducha y huelen los aromas que desprenden nuestros guisos son personas cercanas a nosotros. Sin embargo, lo cierto es que muchas veces esas personas no pasan de ser sombras que se entremezclan disimuladamente en nuestra existencia sin llegar a formar parte real de ella.
    Sin llegar a salir siquiera de nuestro hogar y más concretamente de nuestra red social cibernética que tan necesaria se ha hecho actualmente para mantener el contacto con las personas que conocemos, cabría preguntarse qué tipo de contacto es ése que nos une a aquellos nombres con fotografías, cuánto soy capaz de sentir que alguien me escucha al otro lado, de la misma manera que cuando invocamos a las almas de nuestra difunta familia para que escuchen nuestros ruegos; si contacto tiene la misma fuerza que un abrazo o preguntarnos cuántas de esas almas vienen a darnos su aliento cuando caemos, cuando estamos enfermos.
    Caminando fuera de nuestras casas, solemos vagar como encapuchados enclaustrados en nuestros propios asuntos y en nuestra tranquilidad sepulcral sin permitir que nadie enturbie nuestro descanso. Es curioso cómo la gente huye despavorida ante una pordiosera extranjera embarazada, ante un escuálido joven con un aliento a alcohol insoportable, o ante un viejo gitano con un periódico de la mano. De hecho, no sólo huimos despavoridos sino que nos sentimos terriblemente ofendidos por aquellos desgraciados que no han querido pedirle tanto como nosotros a la vida y ahora no sabiendo cargar sus culpas pretenden cargar su peso sobre nuestros hombros.
    Pero no lejos de nosotros, en las ciudades de los muertos podemos comprobar cómo el silencio se rompe y se descompone desprendiendo algo de calor. Allí, en medio del frío mármol uno puede hallar un lejano calor que se acerca hasta nosotros estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos. Son aquellos recuerdos tan marcados con hierro candente dentro de nosotros, que hacen que las almas que forman parte de ellos salgan de sus descansos y  no se alejen de nuestro lado, haciéndonos sentir su aliento cuando éste más nos falta.
    En nuestras cercanas ciudades muertas también podemos encontrar seres que han dejado una huella tan grande en algunos corazones que su simple vida les inspira cada día a superarse, a creer que la meta que siguen vale su vida e incluso, a falta de inspiración a su alrededor, hallan en ellos un ejemplo de vida que les guía y les aconseja.
    En medio de aquellos requiescat in pacem yacen muchos cuya desgracia en vida no consiguió perturbar a ningún alma y cuya muerte enmudece a cuantos la conocen, conmoviéndoles de tal manera su desgracia que la sienten cercana a la suya propia, sintiendo esa fraternidad que en el fondo une a toda una humanidad, viva o muerta.
    Todo este vagar de almas habita en medio de un mundo difícil de arar y sembrar, en el que siempre hay semillas que por azar hallan tierra viva y fértil pero también otras que conmueven a la tierra muerta y árida y consiguen florecer allí. Hay aún mucha tierra por arar pero también mucha tierra florecida; Nada en este mundo tiene una extensión absoluta al igual que el manto de la noche nunca termina de cubrir la tierra. Siempre existe un corazón que llega a conmoverte de tal manera que sientes vibrar el tuyo propio, haciéndote sentir lo vivo que estás y lo hermoso que es sentirlo.
    En este nuestro mundo existen muchos vivos enterrados y muchos muertos vivientes por lo que, aunque sea durante esta mágica noche, nadie podrá negarme que seré capaz de ver zombies caminando por la calle tanto como poder sentir el frío calor de un fantasma.

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